Ladrón de bicicletas (1948), de Vittorio de Sica
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| Imagen: FilmAffinity |
Roma, primera posguerra. Antonio Ricci es un obrero metalúrgico que está en paro. Recibe una oferta de empleo para la cual necesita una bicicleta.
Al recuperar la suya, que la tenía empeñada para poder sobrevivir, nada más empezar a trabajar, un desconocido le roba la bicicleta.
Así iniciamos una obra maestra del Neorrealismo italiano, que ganó el Oscar de Hollywood a la mejor Película Extranjera y está clasificada entre los Diez Mejores filmes de todos los tiempos, según la referida lista de Bruselas de 1958.
Realizada durante la posguerra, justo en el momento de mayor intensidad del movimiento neorrealista –ya se habían estrenado las otras obras clave: Ossessione (1943) de Luchino Visconti, Roma città aperta (1945) y Paisà (1946) de Roberto Rossellini, que abrieron el fuego, y la también magistral cinta de Vittorio de Sica El limpiabotas (1946)–, el tándem Cesare Zavattini-De Sica pusieron en escena la novela humorística de Bartolini, con un equipo de colaboradores.
El éxito que acompañó a Ladrón de bicicletas corrió parejo a la polémica que suscitó, entre crítica y público, confirmando la importancia de la obra.
El filme fija al mismo tiempo el doble aspecto de la ética y la estética, lo que mantiene sus cualidades y guarda intacta su emoción.
La veracidad de la interpretación minuciosamente conectada y elaborada hasta en las escenas improvisadas en las calles de Roma, adquiere un grado de autenticidad excelso. Y aquí me detengo en, cómo no, Lamberto Maggiorani, actor italiano no profesional.
Y de todas esas "realistas" que comentábamos, esta es la que se aleja más de su pureza si hablamos del valor onírico de la aventura del héroe.
Porque en ella podemos ver una tragedia de soledad, que se hace patente a través de un tema social, pero que lo desborda en todo momento y lo sobrepasa en su significación profunda, que es esencialmente psicológica.
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| Imagen: FilmAffinity |
Voy a intentar en los siguiente párrafos abordar el significado de Ladrón de bicicletas para clarificar y disecar el retrato de una época.
La cinta sitúa la acción sobre un fondo pintado en un lienzo que es la gente de Roma: sus trajes, sus maneras, las calles, los autobuses; todo está muy cerca de nosotros y nos hace sentir la comunidad de los pueblos entre sí.
La describe como víctima del egoísmo, de la indiferencia de los demás. El orden social –ese que mencionábamos en el anterior post– reducido a una sola fórmula, se preocupaba tan solo de las apariencias. ¿Quiénes son los responsables de tal estado de las cosas?
La necesidad es lo que acaba impulsando la lucha de personas como Ricci. Bruno es el único elemento de esperanza del filme. Y esa lucha va dirigida a la administración anónima, la vulgaridad de un mundo amorfo, del que la vida parece haber desaparecido.
Para de Sica, el hombre solo sigue viviendo gracias a un instinto invencible, una sed de felicidad siempre renovada.
Algo esencial de Ladrón de bicicletas es la sobriedad. Sin efecto poéticos y melodramáticos, alcanza una extraordinaria intensidad de expresión y emoción. O tal vez, por todo lo dicho anteriormente, ese es el tipo de "poesía" al que se refería el cineasta soviético Andrei Tarkovsky en sus escritos.
El resultado, la plenitud del neorrealismo.
Es obvio, pues, que estamos ante una película que ha pasado a la historia, no solo del arte cinematográfico, sino como auténtico testimonio de un período contemporáneo, como espejo de la posguerra europea y retrato del hombre corriente de la época.
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