Las "películas para televisión" en la era del streaming

Imagen: FilmAffinity

¿Cuál es mi visión acerca de la posición que tiene el mundo del cine dentro del panorama del streaming? Suelo ser bastante sarcástico al respecto, te aviso.

Por lo general, cuando una plataforma de streaming compra o produce películas para que se emitan exclusivamente en su servicio, las aíslan de tal manera que restringe las vías de acceso tradicionales para la visualización en casa.

Es decir, puedes comprar o alquilar la versión digital pero no puedes tener una copia física. Tampoco puedes pedir un préstamo en la biblioteca ni asistir a una exhibición en público.

La mera naturaleza de la publicación digital hace que todo tipo de contenido desaparezca de la vista, incluso cuando está disponible.

Una vez que la película tiene su "minuto de gloria", otras la moverán de la página principal y relegarán a las sombras, donde languidecerá junto a otras películas sufridoras del mismo destino aciago.

Admito el cinismo, por cierto. A menudo hablo sobre películas que se encuentran en suscripciones de streaming porque hay títulos a los que –como ya he mencionado– no puedo acceder de otro modo.

En un espacio físico eliges lo que quiere ver. En un espacio digital eliges lo que tienes delante.

Lars Von Trier dijo una vez que "una película debería ser como una piedra en tu zapato", pero cada vez más nos estamos dirigiendo hacia un mundo en el que el éxito de una obra de arte determinada depende principalmente de su facilidad de acceso.

"Conveniencia" y "elección" son las palabras clave de la era digital, en la que el contenido debe ser accesible al instante y digerir lo más rápido posible, para que los consumidores no se vayan a algún sitio más acogedor.

La gente me confiesa que hace años que no ve una película en un cine, mientras que en una tarde de sábado con amigos las recomendaciones cinéfilas suelen hacer referencia a Netflix o Filmin, por poner un par de ejemplos.

En esencia, se apuesta a que los clientes están menos preocupados por ver la película adecuada que por verla ahora mismo.

Imagen: FilmAffinity

Cada vez que una nueva tecnología sale a la luz, un trozo de la historia del cine queda atrás. Las películas que eran pilares de las clases de cine de grado han sido marginadas a medida que universidades y colegios eliminan presupuestos de alquiler y construyen nuevas aulas que solo permiten proyección desde fuentes digitales.

Tierra sin pan (1933) de Luis Buñuel, que en su día fue un texto clave para los profesores que buscaban ilustrar el potencial de engaño inherente a la forma documental, ha quedado prácticamente fuera de la conversación, sustituido por ejemplos más accesibles.

Y luego está el efecto dominó por el que la facilidad de acceso se transforma en la facilidad de visualización. Si no te apetece esforzarte para acercarte a una obra de arte concreta, ¿estarías dispuesto a gastar la energía mental necesaria para entenderla?

Películas "largas" que en la mayoría de los casos son más cortas que un partido de fútbol americano medio. Llevamos consigo suposiciones no dichas sobre lo que es largo y lo que es corto, lo que es fácil y lo que es difícil, y cuando esas suposiciones se descomponen, puede que ya no seamos conscientes de que existen.

La idea populista de que el arte debe ser accesible al público ha sido engullida por la noción del arte como mercancía, fácilmente disponible, sin espera.

Lo que intento describir es un entorno donde el espectador es fundamentalmente sumiso a una obra de arte, en el que es nuestra responsabilidad, y a menudo nuestro placer, llegar a la obra en lugar de esperar que ella llegue a nosotros.

Al fin y al cabo, ¿no debería el arte ser incómodo, si no en el sentido de ser difícil de acceder, porque nos obliga a salir de nuestra zona de confort, obligándonos a enfrentarnos a su forma de entender el mundo?

Puede que sea una piedra en tu zapato, pero si no te levantas del sofá, nunca sabrás que está ahí.

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