Sirat. Trance en el desierto (2025), de Oliver Laxe

Sirat de Oliver Laxe
Imagen: FilmAffinity

Sirât, de Oliver Laxe y Tú me abrasas, de Matías Piñeiro, se posicionaron como las dos películas destacadas de entre los estrenos en salas de junio en nuestro país –después, la primera, de su paso por la Sección Oficial de Cannes–.

Laxe representa en su nuevo trabajo ese sirât –del título–: un puente que según el islam cruza el abismo del infierno para conectar con el paraíso y que todos deben atravesar, a riesgo de caer, al morir, estableciendo una poderosa conexión con la cultura rave.

El presente título del creador español arroja destellos de luz sobre el amor, la aniquilación, la trascendencia de la dualidad y, en suma, la tentativa de expresar lo inefable.

Abraza la música y la danza como medio de expresión, a menudo compuesta en estado de éxtasis. Quizás ese trance resulta ser un mecanismo liberador frente a lo siempre imprevisible, desconcertante, enigmático e incluso misterioso y doloroso del mundo.

Con todo, así es, pues Oliver Laxe, en su obra, expone un saber místico de los conocimientos abarcables del momento, un saber tan abierto y de tal alcance que por sí solo explica la magnitud de su filmografía.

Su mirada personal parece querer acometer las cuestiones más importantes ilustrándolas como un océano de olas innumerables que, sin embargo, hallan su explicación o su verdad en una simple gota de agua, del mismo modo que el hombre es gota en el océano del universo y a la vez resumen del universo.

Sirat de Oliver Laxe
Imagen: FilmAffinity

Oliver Laxe es ante todo un enamorado que irradia y enseña el amor, por ello sus cintas son universales e inagotables. Una persona cuya realidad apenas podemos imaginar.

Volviendo al tema del baile y la música, no son una huida ante las tribulaciones del alma; por el contrario, una expresión artística y espiritual del definido avance de la personalidad, en este caso, del director.

En la música parece haber hallado Laxe alivio y compostura –alocución divina–, no sólo un oficio "litúrgico", sino también la manifestación espontánea de la emoción.

Laxe predica la vía espiritual designada como tasawwuf o sufismo. Una dimensión esotérica del mensaje islámico con origen en el Corán y en la tradición profética. Encarna esta disposición y se entrega a su realidad, y la realidad es, para él, el espíritu y si integración en la armonía del todo.

La muerte no es un fin en sí mismo, sino un medio para sentir con más fuerza la vida –Oliver Laxe

Tal vez esto es precisamente lo que quiere expresar mediante Sirât, la danza, la máxima armonía de los astros, del girar de los planetas, danza cósmica que celebra en el largometraje. Como una cadencia musical que esconde diversos secretos y al revelarse conmueve al mundo.

¿No es eso Sirât? ¿Una ceremonia, con la que se alcanza el punto del éxtasis, culminación que indica el final de un recorrido, una vía simbolizada, una ascensión en que el ser humano, ahondando en sí mismo, alcanza la máxima elevación?

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Comentarios

  1. Muy buena reseña, tu visión sobre la danza y la música de la película me parece muy interesante, aunque en la cinta, de repente, todo se rompe y lo que veíamos antes nos deja desconcertados.
    Saludos!

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    1. Exacto, la película aporta más reflexión según avanza y eso es otro puntito extra para la misma. ¡Feliz día, Ethan!

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  2. Intensa. Demasiado intensa. Destaca la peli, la verdad 😸

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  3. Esos danzantes son auto marginados del primer mundo en una peregrinación de fiesta perpetua. Un huida hasta dar un traspiés (ehem) :D

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    1. Es una lectura que también me gusta. La otra cara de la película de la que podríamos sacar diversos matices

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  4. Laxe insiste en elogiar la fealdad y lo atractivo de las heridas y mutilaciones. En una cultura que vende pieles tersas, éxitos y juventud eterna, Laxe exalta lo roto, lo marcado. Es una bofetada a la lógica de la mercancía, que sólo acepta lo bello y funcional. Aquí la espiritualidad no es perfección angelical sino rostros marcados por la herida del tiempo y la intemperie. El desierto no deja intacto a nadie: arruga, quiebra, agota y despoja. Pero en esas grietas e imperfecciones se cuela la luz. Es como si la película dijera: “la salvación no está en borrar la herida, sino en habitarla”. Aunque pueda parecer mercancía cultural, en Sîrat la fiesta no es espectáculo ni consumo de ocio: es comunión de cuerpos, que se sostienen unos a otros, más bien una comunidad efímera, una familia improvisada que comparten y están fuera de la lógica del beneficio.
    (De mi artículo: "Sirât. Trance en el desierto" Una lectura espiritual.

    Me ha gustado tu reseña, y como bien escribes, es imposible entender esta película sin la vía espiritual.

    Saludos.

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    1. ¡Increíble, Pedro, tu respuesta!

      En el caso de este escrito, tan solo pretendo aportar un punto de vista diferente. Me alegro de que te haya gustado.

      Espero verte pronto por aquí, nos leemos

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  5. Pues a mí no me gustó nada. Salí descontento del cine. Entiendo que cada artista o cada persona que crea/observa una obra artística lo hace con perspectivas diferentes, pero no es excusa. Aquí parece todo superficial, como valiese el que cree que provocar es lo mismo que decir algo...

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    1. Muy comprensible este tipo de análisis. Yo también sigo recriminando ciertas secuencias, planos o escenas que tiran por tierra el querer hacer del director, principalmente en el primer visionado.

      Pero bueno, intento sacar otros matices o lecturas a la peli

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  6. Aún no la he visto. La tengo en la lista de "pendientes que veré algún año de estos." (Se me acumula el trabajo) 😅

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    1. Lo malo de esa lista es que en vez de disminuir no hace más que aumentar :D

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